11092018
Un día más la obra de adecentacion de la fachada del edificio, me excreta de mi casa, después de un fin de semana de excesos cárnicos, he decidido duplicar los paseos para contrarrestar los excesos que esta vida burguesa me ha avocado.
El camino se hace pesado, semáforos por doquier, perros que ladran con ladridos de perro grande de casas pequeñas, no sé cómo pueden vivir ahí. Definitivamente, esta ciudad sigue siendo hostil al peatón.
La playa, una maravilla, deliciosamente vacía,apenas gente cogiendo olas, señores y señoras mayores tomando el incipiente sol que aún pica a las 10,23 am de la mañana. Una buena colección de podcast de radio 3, una botella de agua y el mar presidiendo todo,no se necesita más.
Queda alguna chica aislada en la playa, intento imaginarme su motivo, opositoras, novias despechadas o simplemente trabajadoras de turno de tarde que saben aprovechar la mañana. Me gusta la playa porque aquí no encuentra cortapisas la belleza, es puro raw, no hay artificios ni efectos especiales por más que alguna marca de bañadores haya empezado a tunear hasta los trajes de baño.
Me he cruzado con un chico de mi edad haciendo yoga en la orilla, he sentido envidia de su cuerpo, me encanta la disciplina, el desconocimiento y la desconfianza de los monitores que tengo a mi alcance, hace que no profundice en la misma (no, no usó excusas tontas de falta de tiempo)
Hoy toca comer legumbres, unas lentejas me gusta echarle calabaza, esta vez tendrán un punto especial, compré berenjenas de esas de Almagro, pequeñas y de un sabor totalmente diferente,el plato del medio día promete.
Tengo un cajón del frigorífico lleno de uvas y no sé cuántos higos congelados, la naturaleza al poder, la necesaria lucha contra la vejez y el ser presumido me hace seguir luchando contra la tendencia a engrosar de mi cuerpo.
