Javier

Javier siempre quiso ser astronauta. En la casa de sus padres había una enciclopedia sobre conocimiento, con un olor fuerte a tinta de color y un peso más que respetable, fruto de la calidad de la impresión. De lo primero que se hablaba,era de la llegada del.hombre a la Luna, desde ahí, se fascinó con el progreso, la innovación y por supuesto la capacidad de abrir puertas de la ciencia ficción como modo de escritura.

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Con los años la vida y sus paradojas, le hizo conservar el gusto por la ficción, pero sumergido como se hallaba durante doce horas al día (la vida y sus bromas), perdió el gusto por casi todo en la vida.

Todos lamentaron el accidente, el coche no estaba bien estabilizado, amenazaba el equilibrio pero ya se sabe, la presión de los días y las entregas, hace que uno sobre valore sus posibilidades. Después de casi tres meses comiendo por una pajita, le dieron el alta, le esperaban dos duros años de rehabilitación hasta la casa como modo de vida.

Con el dinero de la indemnización, montó un taller, pequeñito adaptado a sus múltiples taras, último grito en tecnología alemana. Con la robótica, suplía sus carencias, le facilitaba los desplazamientos, todo ergonómico, neumático, le dejaba concentrarse en los motores, las cajas de cambios, los embragues, en fin toda esa retahíla de la mecánica. Por un momento, dentro de su abstracción, pensó que finalmente, era como un astronauta, en silencio, a través del espacio, reparando la nave. Sonrió féliz, se había salido con la suya.

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