Días de lluvia torrencial: formo parte del lugar (parte II)

Luces y colores, aromas y flores, sol y falda serpenteante… falda verde, como las gramas, como los ojos que tanto miré encantado y ahora están lejanos.

Siempre vuelve esta pesadilla en la que vivo en una casa gigante, triste, silenciosa y fría. Más que vivir allí, muero allí, soy la morada misma. Preso en un caparazón inquebrantable que no me permite hablar, lejano de todos, sumergido en la oscuridad, mientras la yedra de la desgracia se trepa por mi alma.

He podido gritar para que el mundo, si afuera estaba, sintiera mi existencia. Un dolor letal tiene que notarse como un canto triunfal, pero mi voz interna se hallaba sin potencia, mis lágrimas fueron condenadas al abisal.

Aroma, flores, falda verde… sueño hermoso que confundí por realidad, un sueño tormentoso que no me atrevo a anhelar. Mi única verdad es esta casa de sombras, formo parte del lugar.

El dolor y la amargura me fueron devueltos cuando desapareció el prado bello. Las estrellas y la luna brillan, se burlan de mis penas en esta casa inmensa. Lloro sangre por pensamientos tan inquietantes, me hundo en un pozo que la luz no alcanza, el vacío se presenta y se inyecta en mis venas.

Caigo acostado de lado. El sufrimiento, el alma y la vida me pesan. Las fuerzas se me están agotando, entro en un estado febril del cual espero no salir.

En mi estado febril despierto, luminosidad hay en la casa. Son esas alas, las que están posadas en la ventana. Me levanto y mi peso me tumba, debo estar soñando nuevamente. No existen alas, ni princesas, ni hadas. En mi casa no hay una dama, y en mi cuarto, no está esa ventana.

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