Bruja. Un relato en tres partes (Parte I)

Al fin la luz había revelado la Cruz de Caravaca tallada en la puerta principal. Hubo que continuar desmalezando incluso dentro de la casa. Raíces de variados tamaños y especies se abrían camino por debajo de los mosaicos del piso y las paredes. Solo en una habitación no crecía nada, la última, al final del pasillo; allí, justo en el umbral de la puerta, la naturaleza retrocedía y marchitaba los brotes aún tiernos.

Adentro de la habitación estaba Amalia. Apenas tenía catorce años cuando lo que todos terminaron por creer era una posesión demoníaca comenzó a manifestarse. Incluso sus padres creyeron que se trataba del mismo diablo y durante un año trataron de expulsarlo de su cuerpo lánguido y adolescente. Al final todo fue inútil y debieron dejar la casa, con la niña dentro.

No malentiendan, pues no se trata de que sus padres la hubieran abandonado. Murieron durante el último exorcismo que se le practicara a la joven Amalia. Una bocanada de fuego los rostizó hasta los huesos. Luego de eso, más nadie se atrevió a entrar.

Ayer se cumplieron siete años desde la muerte Juanita y Alberto, los padres de Amalia. Y en el transcurso de esos siete años, todos los desafortunados que atestiguaron aquellos eventos sobrenaturales que se dieron en la quinta de los Rodrigues murieron por diversas causas, ninguna natural.

Ahora un Luis Alonso, un primo por el lado materno de Amalia viene a tomar posesión de la propiedad, tras una cantidad de trámites legales que lo dan por heredero. Es escéptico por sobre todas las cosas; en lo que a él respecta, la casa será restaurada y vendida y su prima, internada en una institución mental. Lo que Luis ignora es que Amalia es parte irrenunciable de esta herencia, pues no habrá de abandonar nunca su habitación.