LA CARRETERA:UN VIAJE HACIA LA MEDIOCRIDAD
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La mañana arranca frágil, como un pájaro agazapado en el nido sin saber siquiera, si sus hermanos le dejarán sobrevivir. El sol amenaza con replegarse, y se esconde cobarde las más de las veces tras las enaguas de las nubes.
Así, la vida arranca en mitad del vacío, entre una desgana por seguir con su latido, como una sístole con tardía diástole. El movimiento, continúa de un día a otro; una carretera traza rumbo, del punto A al B, de manera rutinaria y sin accidentes habituales.
Aparatoso accidente el de la vida.
Arrancan los coches y se ponen a galopar. Los neumáticos vuelan sobre el asfalto, que devuelve los golpes en forma de baches –bullying para la amortiguación-.Enfrente, conductores perdidos que hacen el camino contrario, deseosos de llegar a donde uno huye. A los lados, el verde o amarillento paisaje, lugar donde moran las alimañas, y algún que otro gasolinero, sacacuartos de polvoriento negocio.
Quizá algún jabalí atropellado.
Sobre la carretera, también danza la muerte en forma de imprudencias, agarrada a su guadaña y lista para segar vidas. Sus instrumentos, los conductores que controlan, los suicidas kamikazes y la larga lista de enemigos de la salud pública.
Un mal golpe del azar, puede acabar con una existencia de prudencia, donde quién evita pillar un resfriado puede hacer visita inesperada a la morgue.
A lo lejos la ciudad.
Una ventana misteriosa, enciende sus luces en mitad del apagón. Un ama de casa tranquila, solitaria y entregada a sus inacabables tareas. El resto del edificio, desentona como un maquillaje hortera, entregándose al ahorro energético mientras la bombilla del ama gasta. Son las vistas urbanas, compañeras laterales de la carretera, rincones poco afortunados que tuvieron que conformarse con unas zahareñas vistas a la autopista.
Poco a poco, llegan los cambios.
Igual que el pelo se cae y las células se mueren, nuevos climas llegan a la carretera. Más frío, más calor. Más rincones indispuestos al trotar del humano medio. Mientras atraviesa la inmensidad biológica, el conductor va mutando también su ADN, emprendiendo un viaje espiritual; mudando de ropa y atavíos hasta llegar a su fatídico destino.
Ese rincón impensable, insondable para muchos. Un lugar que no imaginábamos visitar y, desde luego, se alejaba años luz de nuestros sueños primerizos.