La recuerdo con una sonrisa bonita. No, bonita no. Exquisita. Recuerdo que tenía una risa fuerte y contagiosa, de esas que no puedes evitar voltear a mirar cuando la escuchas y, sin darte cuenta, terminas sonriendo. La tengo grabada en mi memoria con ojos soñadores y brillantes, con rubor en las mejillas y un hermoso lunar en el mentón. La recuerdo alegre, risueña, explosiva e intuitiva. Tenía un carácter de mil demonios cuando no estaba siendo ruidosa y relajada, y en su corazón solo podías hallar bondad y buenos deseos. Nunca tropezaba dos veces con la misma piedra, luchaba con uñas y dientes por lo que creía y pedía disculpas sin que le costara nada. Así es como la recuerdo y siempre la recordaré; la chica más hermosa, la de los ojos que brillan, decían muchos de nuestros vecinos. Ahora, sin embargo, mirando hacia atrás, no puedo evitar preguntarme: ¿Qué fue lo que no vi? ¿En qué le fallamos todos?

Su sonrisa nunca tambaleaba y sus expresiones no contenían sombras malvadas.

Fuente

¿Qué ignoramos todo este tiempo? Y, de haber podido adivinar lo que atormentaba esa hermosa cabeza cubierta de rizos rubios, ¿habríamos podido evitar que saltara? Si la chica de los ojos brillantes nunca fue verdaderamente feliz y por eso se orillo tanto al vacío y se dejó caer, ¿saben todos diferenciar entre la honestidad y una farsa?

Estoy aquí, parado frente al ataúd de una hermosa chica que nunca podré imaginarme llorando a menos que no sea de rabia y alegría en una película, una chica que jamás se vio cansada por no dormir en las noches ni pasó su adolescencia acomplejada por pesos, belleza o ropa. Estoy viendo por primera vez sus mejillas pálidas y enferma y sus uñas desarregladas. La piel de sus labios ahora está agrietada y yo solo puedo recordar cómo le gustaba el brillo labial de sabor a piña.

Muy contadas son las veces en que la observé callada, seria, taciturna. Muy contadas son las veces en que podré recordarla asustada; la peor de ellas fue porque su mejor amiga estaba embarazada. Todas esas veces siempre estuve ahí mirándola, ella respiraba hondo, cerraba los ojos y expulsaba el aire sonriendo. En el fondo sabía que debía aceptar las cosas que pasaban.

La recuerdo sana, corriendo, bailando, cantando y manejando de noche. Usando toda clase de vestidos y tacones, saliendo con chicos y nunca llorando por ellos, la recuerdo brillante, ingeniosa, tan segura de poder ir comiéndose el mundo y cerrando bocas. Y, entre más la recuerdo, menos entiendo lo que por su cabeza pasaba.

¿Alguna vez nos permitimos conocernos verdaderamente? ¿O solo asumimos que así era y que todos los años juntos eran suficientes para no tener que hablar en voz alta y confesarnos?

De haberlo visto, ¿habría sido capaz de ayudarla? Entonces cierro los ojos y dijo: "Maldición, si. Hubiera hecho hasta lo imposible por ayudarla". Hubiera hecho más porque sus ojos siguieran brillando, y su risa sonando, porque el rubor de sus mejillas siguiente calentando su rostro y sus rizos bailando. Hubiera dado todo de mi por tener más tiempo y seguirla observando, por seguir besando aquel lunar, por escuchar sus bondadosos discursos improvisados sobre por qué debemos llevarnos a todos los animales callejeros a nuestro hogar.

Habría dado todo y no le di nada.

Ahora la observo y la comparo, porque ya no importa qué estuvo bien y qué estuvo mal. La observo y siento que es distinto; esta versión de ella es oscura, tenebrosa, lúgubre y recelosa. Es la parte de tu mente con pensamientos negativos que siempre tratas de contener, de suprimir, confiando así que no evocará tristeza a tus mejores momentos.

Fuente

Vivimos buenos momentos, ojos brillantes y hermosos. Perdóname, por favor, perdóname por no haber sido suficiente.

Le fallé en vida sin tener la menor idea de que así era, y, lastimosamente, también tendré que fallarle en muerte; porque me niego a guardar aquel momento para siempre. Ella sufría, lloraba, se lastimaba y colapsó. Pero, para mi, y para el bien de mi corazón, siempre la recordaré con la cara de la moneda que todos aquellos años me enseñó: con una sonrisa bonita. No, bonita no. Exquisita. Con una risa fuerte y contagiosa, la tendré por siempre grabada en mi memoria con ojos soñadores y brillantes, con rubor en las mejillas y un hermoso lunar en el mentón. La recordaré alegre, risueña, explosiva e intuitiva. Con un carácter de mil demonios cuando no estaba siendo ruidosa y relajada, y un corazón donde solo podías hallar bondad y buenos deseos. La recordaré porque nunca tropezaba dos veces con la misma piedra, luchaba con uñas y dientes por lo que creía y pedía disculpas sin que le costara nada. Así es como la recuerdo y siempre la recordaré ;

La de los ojos que brillan.

La de los buenos consejos.

La de las palabras correctas.

La de los buenos momentos.

Sin embargo, mirando hacia atrás de todos esos recuerdos, me ataca la misma pregunta que anoche no me dejó dormir y de la cual no podré reponerme en un buen tiempo: ¿Qué fue lo que no vi? ¿En qué le fallamos todos? Y, la más importante; ¿Es ahora verdaderamente feliz y ya no tiene miedo?

Mañana es mi cumpleaños y probablemente esté desaparecida durante el fin de semana, aquí les dejo una pequeña narración que tenía pensado mostrarles desde hace días.