Un Servicio Inesperado

Parecía un día normal, el aire acondicionado era la única tregua contra el calor sofocante, usuarios van y vienen. Siempre es lo mismo, así transcurren los días en una abrumadora rutina, que mas que aburrir: agota, cansa y desanima.

Una figura atípica hace entrada en el cyber, era una anciana de ojos verdes que con una voz suave solicita al encargado. Con él habla, respondí sin pensarlo dos veces. Sin ningún tipo de vergüenza relató una extensa historia sobre un computador descompuesto al que le urgía una mano especializada. Acordamos un precio y hora para atender al aparato. Le di mi número telefónico y la doña me dio su dirección. En la hora de mi almuerzo emprendí camino a su casa, un dinero extra nunca está de más.

Al llegar a la casa toqué la puerta y creí haberme equivocado al ver aquella imagen. Unos hermosos ojos verdes me recibían esta vez pero enmarcados en el rostro mas bello que había visto jamás. Habían 50 años de diferencia entre quien me había buscado en el cyber y quien me abría ahora la puerta.

• ¿Tu eres Xavier? - preguntó entre risas aquella hermosa aparición.

Su risa se debía seguramente a la cara de idiota que tenía al verla. Sin haber vuelto del todo en mi, alcancé a balbucear una inaudible respuesta afirmativa que provocó una nueva pregunta de mi interlocutora. Esta vez la respuesta fue mucho mas clara. Si, soy yo.

• Pasa, mi abuela no está en este momento, pero, me dijo que vendrías. ¿Quieres agua?

Le dije que si sólo por contemplar una vez más su cuerpo de espaldas. Era una belleza poco convencional, un poco más voluminosa que cualquier concursante de certamen pero con todo puesto en el lugar preciso. Un short de jean con apenas una cuarta de largo, me dejaba contemplar sus piernas contorneadas y blancas con un leve bronceado perfectamente combinadas con una franellila de color claro sin sostén y salpicada por algo de agua o sudor. Capturaba toda mi atención, recibí con gusto aquel vaso de agua y rocé a drede sus dedos. Ella se hizo la desentendida. Había avanzado a un nivel de confianza superior. Mientras buscaba el agua pude constatar que en aquella casa sólo estábamos nosotros.

En la pequeña sala-comedor estaban los artículos esenciales. Un juego de muebles, una mesa de centro, un juego de comedor, la cocina y la nevera. Más al fondo lograba divisar la lavadora, pero en todo ese espacio no lograba ver la PC. Un silencio incomodo invadía el espacio y lo tomé como el momento preciso para realizar la pregunta de rigor:

• ¿La computadora donde esta?

Ella se sonrió inocentemente y contestó con algo de pena: - En mi cuarto, ven, es por aquí. Respondiéndose su sonrisa con una similar seguí tras ella sin apartar mis ojos de la parte trasera del short de jean. Me senté frente al escritorio y trastabille, al punto de caer en el piso. Rápidamente Daniela corrió a mi auxilio. Supe su nombre pues colgaba de su cuello una hermosa cadena de plata. El dije daba justo al sitio donde se centró mi mirada: par de senos naturales de muy buen tamaño y sin ningún tipo de efecto de gravedad.

Me incorporé y le agradecí el gesto, ella me invitó a sentarme en su cama. Me preguntó si todo estaba bien, mientras encendía la computadora. Le contesté que si, que pudiese estar mejor, pero que nada en la vida era perfecto.
Me lamí los labios mientras la veía. Verla agachada tan cerca y alcanzar a notar su cachetero me prendió demasiado. Mi erección era evidente. Ella lo notó y me dijo:

-¿Después de un golpe siempre viene un chichón, no?. Señalando en el medio de mi pantalón.

Tomé su mano en el aire y la lleve a mi bulto. Comenzamos a besarnos desenfrenadamente con morbo y deseo incontrolable. Al darme cuenta estaba semiacostado en su cama, con los pies en el suelo aún pero con sus piernas a cada lado de mi cuerpo. Jugaba con mi cabello mientras nos besábamos y se movía frenéticamente. Besaba muy bien, con experticia. Mi mano finalmente logró colarse por debajo de aquel short y tuve contacto con unas tibias nalgas redondas que aumentaron mi excitación. Daniela me miró fijamente sin despegar su nariz de la mía, y me reprochó: Con que te gusto...

Intenté incorporarme pero me empujó con fuerza, desabotonó mi pantalón y bajo mi cierre de manera seductora, mi fuego estaba tieso, le costó lograr sacarlo de su refugio. Pero vaya que valió la pena que lo hiciera, en cuestión de segundos sentí mi hombría cubierta por un excitante y rico refugio caliente. Que hacía presión a ratos y que me brindaba ligeras caricias en otros momentos.

Le pedí que parara porque aún no quería acabar. Ella se apartó ligeramente y se quitó las pocas prendas que me privaban de apreciar la hermosa obra de arte que era su cuerpo. Sentía que la cabeza de mi pene estaba a punto de estallar. Ella no dudó en subirse suavemente y cabalgarme como al mejor de los potros. Le pedí que se colocara en cuatro y así la hice sentir todo el potencial que mi cuerpo podía darle. Luego de un rato cargado de gritos y gemidos, se volteó y colocó sus piernas en mis hombros. Ya no podía más. Esta vez le di sin parar hasta que mi cuerpo descargó todo la energía acumulada, ella estaba extasiada, complacida, feliz.

Después de unos segundos de descanso, descendí al medio de sus piernas y chupe su clítoris hasta lograr el mejor de sus orgasmos.