Qué tal pasan este sábado, amigos de steemit. En un momento en el que irse de Venezuela y no regresar es una constante, valdría la pena recordar que hubo un tiempo en el que la cosa era diferente: Venezuela era un paraíso del que nadie quería salir y muchos querían entrar.

Para comenzar este post he querido tomar la imagen de Susana Duijm, como la representación conocida de algunos venezolanos que aun teniendo la oportunidad de residenciarse fuera de Venezuela, decidieron volver porque fue mucha la nostalgia y la añoranza por estas tierras.

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Según cuenta Axel Capriles, en su libro Las fantasías de Juan Bimba (2011), que cuando Susana Duijm, en 1955, ganó el certamen de Miss Mundo y a pesar de promesas de amor y contratos multimillonarios con firmas extrajeras, decidió regresar al país, todos los periódicos se volcaron a reseñar su irreverente acción y su amor por la patria. Dice Capriles (2011):

El desinterés de la reina venezolana por el Viejo Mundo, sus desplantes, su anhelo de volver rápidamente a la patria, su nostalgia por la comida criolla, su identificación con lo autóctono, fueron motivos de contagio afectivo y vanagloria nacional. (13)

El hecho de que una venezolana, que en ese momento podía tener el mundo a sus pies y tener todas las puertas del mundo abiertas, decidiera regresar al país que la vio crecer, aunque causaba extrañeza, era digno de aplauso y de orgullo, porque eso no solo hablaba de ella como persona, también hablaba del país al cual se quería regresar.

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Nunca vamos a querer volver a un sitio donde no se es feliz. Se vuelve a los espacios o experiencias que nos gratifican. Al parecer, para Susana Duijm, Venezuela era la Ítaca a la que debía volver, el lugar donde estaban no solo las raíces, sino también el cobijo que solo dan los árboles amables. Si revisamos la historia, encontraremos que Venezuela era un país mágico no solo para el residente de estas tierras, sino también para el foráneo que veía en esta patria la oportunidad de crecer personal y económicamente.

La literatura está llena de momentos en los que la patria se añora y se recuerda con nostalgia, en los que la idea del regreso es una suerte de sueño deseado o de una promesa que se guarda como se guardan las grandes promesas de amor.

Fuente: Manuel Díaz Rodríguez

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En Ídolos rotos, novela de Manuel Díaz Rodríguez, cuando el narrador nos habla del regreso de Alberto Soria, el personaje principal, al país, lo hace en estos términos:

Alberto Soria volvía a la patria después de cinco años de ausencia. Cuando vio la tierra muy cerca, todas las memorias de su niñez y juventud, hasta aquel instante confundidas con muchas cosas exóticas, recobraron su primitiva frescura… A medida que se acercaba a la tierra y más claramente distinguía los objetos unos de otros, con más vigor el pasado revivía su alma.” (3).
Apreciamos que la mirada que tiene este personaje es la de la memoria afectiva, de esa persona que se fue pero que al regresar existe la comunión con lo que ve. Existe un acercamiento con el paisaje, que aunque haya estado ausente, no lo siente ajeno, por el contrario: resuena en él como una hermosa melodía.

Fuente: Andrés Eloy Blanco

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De manera similar ocurre en los poemas de Andrés Eloy Blanco, El regreso a la madre, o en el famoso poema de Juan Antonio Pérez Bonalde, Vuelta a la patria, en donde patria y madre es lo mismo y conviven en un solo sentimiento: volver a ella. Y es que cuando la voz lírica en el poema de Andrés Eloy Blanco nos dice:

Madre: en este coloquio feliz de mi regreso
dos cielos bendigamos:
la Patria, donde nuestro corazón está preso;
la Madre, que es la patria que primero habitamos.

observamos que el sentimiento de alegría es visible, tanto por el encuentro con la madre, como con el país, donde dice tener su corazón y su primera cuna. Caso similar encontramos en el poema de Pérez Bonalde, en el que vemos que la voz poética, a medida que se va acercando al país, va describiendo no solo el paisaje, sino también la mezcla de sentimientos que van aflorando:

¡Luz, luz al fin! Los reconozco ahora:
son ellos, son los mismos de mi infancia,
y esas playas que al sol del mediodía
brillan a la distancia,
¡oh, inefable alegría,
son las riberas de la patria mía!

La extrañeza de la mirada no existe, por el contrario, reconoce los paisajes infantiles, propios, y de allí la alegría porque se sabe ya en la patria, en el hogar.

Fuente: Juan Antonio Pérez Bonalde

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Pero al parecer ese sentimiento filial desapareció en el venezolano. La idea de quedarse o regresar al país, más que una alegría, se ha convertido en una pesadilla. Como promesa de amor juvenil en donde se prometieron amor eterno y a la semana el amor se les rompía, así se han roto los sentimientos de arraigo y júbilo que tuvimos por nuestro país. En pocas palabras: ya no existen.

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Hoy, 11 de agosto, Carmen Susana Duijm Zubillaga habría estado de cumpleaños, habría cumplido 82 años. De ella no solo se supo que fue la primera latinoamericana que ganaba el certamen de Miss Mundo, también que, en honor a ella, se bautizaba una de las arepas más conocidas de nuestro país como la Reina pepiada. Igualmente, que aquella muchacha de tez morena, guayanesa, considerada la más perfecta representación de la mujer venezolana, conocida como “la Miss de colcha y cobija”, pedía hasta en el último suspiro morir en su país. Tal vez valga la pena recordar las últimas palabras de la canción Venezuela, aquellas que dicen: “y si un día tengo que naufragar, y el tifón rompe mis velas, enterrad mi cuerpo cerca del mar, en Venezuela”. Aunque sea al final de nuestras vidas: reconciliarse con nuestro país y darse cuenta que para volver hace falta irse y aquí nadie se ha ido, porque al país lo llevamos siempre con nosotros.