Un comentario inocente

Hoy fue uno de esos días que no vale la pena recordar, en donde quieres llegar a casa y simplemente dormir, hacer como que nunca paso, al mismo tiempo la misma motivación y ganas de olvidar te hacen revivirlo, como si de un bucle se tratase.

Como es raro en mí, me levante temprano, debía hacer varias diligencias y tratamites burocráticos por la tarde, y había cambiado citas y compromisos a la mañana, no podía darme el lujo de tardarme. La noche anterior se me hizo muy difícil dormir, llevo varias semanas con un dolor de cabeza penetrante y constante, que sumado a mi frecuente insomnio hace que las noches sean largas, llenas de té y humo de cigarrillo.

Había cambiado la hora de ver a mis pacientes a por la mañana, me enfrente a una ciudad que se levanta antes del sol, pero con las decadencias diarias que hacen difícil que esa fuerza laboral llegue a sus puestos de trabajos o incluso encuentren motivaciones para salir de casa.

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Camine algunos cuantos Kilómetros hasta la casa del 1er paciente, para mi sorpresa por esas calles no era el único. Esa Zona, San Bernandino siempre ha sido una zona de la cual he estado enamorado, no sé realmente ¿por qué? me gusta tanto, pero desde pequeño he estado fascinado con esas calles y para mí siempre es un placer caminar por la panadería la Suiza a por un pastelito de manzana y seguir mi camino.

Aquella caminata me despejo la mente, sentía paz, estaba tranquilo, aceptaba lo que no podía cambiar y agradecía lo que tenía, me sentí privilegiado de poder respirar ese aire y de la extraña sensación de tranquilidad que sentía en una ciudad como Caracas.

Después de aquella sesión de fisioterapia que me deja realmente cansado y con una extraña sensación de satisfacción Salí con un andar rápido rumbo hacia Plaza Venezuela. Eran las 9 de la mañana, y debía estar a las 10. Con un andar rápido y la frente sudada logre llegar hasta bellas artes y sumergirme rápidamente en las entrañas de la ciudad.

El metro no estaba tan lleno, el grosor de la fuerza laboral ya estaba en sus puestos de trabajo, una proeza en un país donde se paga por trabajar, por lo que el viaje entre bellas artes y Plaza Venezuela se hizo realmente rápido. Al llegar a casa del 2do paciente que vería ese día, estaba extrañamente feliz, en mi IPod de pantalla rota, sonaba Prófugos y estaba a punto de ponerme a bailar en Plaza Venezuela al ritmo de dicha canción.

Veo mi paciente a quien estoy enseñando a sentarse básicamente, aunque ese sería un modo muy minimalista y practico de describir la terapia. Fue una sesión bastante entretenida, yo deje sonar mi Ipod, sonaba Signos de Soda stereo y mi paciente y yo lo disfrutábamos, la sonrisa en su rostro mientras sonaba la voz de Gustavo Cerati de fondo y verlo menear la cabeza conmigo al ritmo de la guitarra fue algo mágico.

Al terminar la terapia se me acerca la madre de mi paciente, con un café en la mano, nos sentamos en el mueble a conversar mientras me tomaba aquel dulce café, y aunque no me gusta mucho el café dulce agradecí el gesto de la señora al colocarle azúcar al café, en un país donde la azúcar es un bien muy costoso.

La señora me daba las gracias, porque yo “soy muy consciente” yo le replicaba, “es mi trabajo, esto es lo que me gusta hacer” ella respondía “pues claro, pero nadie cobra 25milbsf por hacer lo que usted hace, eso le alcanzara para el pasaje” y yo le replicaba “eso me basta, no me sobra, pero me basta, además aquí yo me la paso bien riéndome con su hijo.”

Ella lanzo un comentario inocente que arruinaría todo mi día, que haría despertar el odio, la rabia y la cólera con la que camuflo la tristeza y la decepción. “Gracias a dios la novia de mi hijo, me dio su número, si no el pobre ***** no tuviera terapias y mire que ha mejorado” Yo increpe “¿Y quién es la novia de su hijo?” Ella muy amablemente me respondió “***** llevan *** juntos, de ¿dónde la conoce usted?” Yo trataba de disimular mi cólera trataba de esconder todo y no lanzar la taza contra la pared y reventar la puerta a patadas para huir de aquella casa, mire los cuadros y fotografías familiares que decoraban la sala y me estaba llenando de odio, me contuve y conteste “del voluntariado, viejas amistades. Se me hace tarde Señora **** por favor puede abrirme la puerta.”

Baje aquellas escaleras que dan a la entrada rápidamente, y logre salir a la calle. Estaba sudando y sentía como mi pulso aumentaba, cerré mis puños con fuerza y quería golpear a algo o alguien, no me reconocía y la cólera se apoderó de mi estómago, mi corazón y mi cabeza. Mire hacia arriba al apartamento donde hace apenas unos minutos me encontraba, sentí asco, repugnancia y odio, me sentí engañado como un idiota y traicionado, todo este tiempo le estuve haciendo un favor a alguien que en la distancia dormía con una persona a quien le tuve alta estima y aprecio, a alguien a quien incluso llegue a querer tanto como a mí mismo.

Eran las 11 de la mañana, debía estar a las 2 en otra parte de la ciudad, pero antes debía pasar por mi casa, Camine lentamente en dirección al metro tratando de calmarme, encendí un cigarrilo. Recuerdos e imagines pasaron como flashback por mi cabeza, y mis ojos empezaron humedecerse más de lo fisiológico. Decidí caminar, es una distancia considerable, pero pensé que sería la mejor idea para evitar algún percance en las entrañas de la ciudad, porque reconozco que cuando estoy así, puedo llegar a ser una muy mala compañía.

Para llegar a mi destino tenía que atravesar un parque, el Parque de los Caobos, un parque que me gusta mucho y en el cual tengo muchísimos recuerdos que van desde mi niñez hasta mis 21 años. Parque al que voy con cierta frecuencia. Con cada paso que daba la ira se disipaba. Hubieron momentos en donde yo pensé haber enloquecido, que eran vainas mías y malas intenciones de otras personas, que yo tenía un problema.

Con cada paso una ventana de entendimiento hacia los sentimientos, lo que pasa por sentirlos tan intensos como son se abría y exploraba situaciones dilucidando respuestas que antes estaban ocultas al ojo de la razón. Ya no sentía Ira, solo sentía tristeza y decepción. Me arrepentí de muchas cosas, pero no de las mismas que antes me quitaban el sueño y se sumaban a la pelota de barro que ya hacía tiempo que cargaba.

Me arrepentí de la parte de mí que di, del tiempo que dedique, de las palabras que en su momento dije, me arrepentí del esfuerzo y lo que deposite sin esperar nada a cambio. Después de aquel arrepentimiento, vino una extraña sensación que no sé cómo describir.

Era una especie de agradecimiento, una liberación a mi ingenuidad romántica y soñadora, era muy extraño y comencé a dar gracias, aquella persona que alguna vez me advirtió y considere mal intencionada, di gracias al inocente comentario de la señora, porque de esa manera pude dilucidar el panorama completo, aquellas cosas que no lograba ver y suponía estaban allí.

He de admitir que quiero olvidar el día de hoy, un extraño amargo con un buen motivo, como si se tratase de una asquerosa medicina que quita la gripa. He de confesar que la tristeza no se fue de mí, pero que al menos no fue suplantada en su totalidad con cólera, he de admitir que estoy decepcionado, he de admitir que estoy aprendiendo y disolviendo la bola de barro, que más que nunca me queda claro a donde quiero ir y a donde no quiero volver. Pero por sobre todo he de admitir que aunque parezca casi imposible no guardo rencor, agradecí y después de toda esa mezcla de emociones di gracias y seguí mi camino.