Dos aves negras

Eran las cinco de la mañana, se suponía que pronto amanecería, pero Manuela aún no podía conciliar el sueño, la menor de cinco hermanos que siempre eran muy unidos, habían tenido que ser separados por la reciente muerte de su padre y la enfermedad de su madre, lo último que recordaba de ella era que se retorcía de dolor mientras decía cosas que ella no podía entender, como si se tratara de un lenguaje muy antiguo que sólo el presbítero mas viejo podía entender parcialmente.

Alguien le había comentado que su abuela era una persona muy temida en el pueblo; las malas lenguas decían que era un nagual muy poderoso que tomaba venganza cruelmente de cualquiera que tratara de defraudarla, cuentan que una vez una agente de ventas que le sacó diez mil pesos como adelanto de una casa y que se fugo con el dinero de ella y de varios clientes, diez meses mas tarde se entrego voluntariamente a la policía, tenía marcas de desnutrición y debilidad extrema, había perdido casi todo el cabello y saltaba de terror con cualquier ruido.

Las personas que adoptaron a la niña, la habían estado asustando para que realizara todo tipo de labores domesticas, a sus siete años tenía las manos llenas de callos y casi nunca iba a la escuela, la noche anterior se había orinado en la cama por temor a la oscuridad y la habían castigado mandándola a dormir a una habitación a medio construir que no tenía puerta y que daba hacía un gran árbol de aguacates que rechinaba con el viento constantemente.

Pero esa noche le pareció oír la voz de su abuela que le decía que no llorara, que las personas que la asustan no tenían idea de lo que era el miedo. Esa mañana los vecinos dijeron ver que se alejaban volando dos enormes aves negras de especie desconocida, a la mañana siguiente encontraron a los dueños de la casa rezando, desesperadamente aferrados con manos y pies de un enorme crucifijo de madera vieja, de la niña y de su abuela no se ha vuelto a saber nada.