KCT...

Saludos amigos: Es impredecible pensar que existen métodos, para atraer a esos seres que se catalogan vacíos, de alma y cuerpo. Es por ello, su vulnerabilidad antes esas sombras que los acechan. A continuación, el texto para su consideración y comentarios.

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La primera vez que vi ese lugar fue hace 5 años. Me intrigaba saber que había en el interior de aquel extraño recinto. Se mostraba tan diferente, como un asterisco en una línea de puntos.

Algo me incitaba a entrar. Quería ser lo suficientemente valiente para romper la barrera y cruzar aquel umbral, descubriendo el misterio tras aquellos cristales ahumados.

Siempre tuve miedo de adentrarme en él.

Esas tres letras, protagonistas del letrero principal, robaban la atención de cualquiera, por su tamaño y colorido. Destacaban luces brillantes y un fondo amarillo con la palabra “Vídeo” que, tímidamente acompañaban las consonantes: KCT.

De ningún modo imaginé su significado, aunque lo ignoré por mucho tiempo. Nunca, había visto algo tan llamativo, encerrado en un aterrador sitio, ubicado en plena calle principal de la ciudad.

Donde nadie entra y nadie sale, sin embargo, la luminaria de “Abierto” se mostraba encendida, días y noches.

Un día, algo cambió en su fachada. Esta vez, apareció un pequeño cartel promocionando, fotocopiado. Convirtiéndose en la excusa perfecta para entrar a la tienda.

Al fin, sabría el clandestino misterio, detrás de aquellas tres grandes letras matizadas.

La coartada estaba hecha. Sacarles copias a la cédula de identidad, mientras recorría el enigmático sitio.

Entré. Comencé a observar el entorno. Nada de lo que había imaginado se correspondía con la realidad.

Un fuerte olor a sándalo y pachulí, llenaban la atmósfera. Fui recibido por 4 gatos angoras que parecían los anfitriones de la clientela. Miraban fijamente, mientras se pasaban las lenguas acicalando sus patas. Que por sus largos pelajes casi eran invisibles.

Andaba con cien ojos. Las paredes estaban tapizadas de afiches con rostros inconclusos y una fuerte carga de secretos.

Existían muchos estantes, con cantidades de carátulas de vídeos, de diferentes formatos, todas con un factor común: el negro. Se entregaban a la vista como una exaltación al miedo.

Transité varios pasillos, cuando sentí a mis espaldas una voz. -¿Qué deseas caballero?- La señora llena de collares y unos anteojos rosados, tal vez de 60 años, me abordaba desde la caja registradora, tejía una pieza en nylon de color oscuro como los gatos y el lugar.

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La vi pequeña, piel blanca con cantidades enormes de pecas causadas por el tiempo.

Trato de disimular mis verdaderas intenciones. Paso mi cédula y pido 5 copias. Ella sonríe forzosamente, como si hubiese descubierto mi treta. Tomó el documento y con un tono de voz hacia dentro, me sugiere que continúe mirando mientras realizaba su trabajo.

Supo, a lo que iba.

Comencé la expedición. Una jungla de vídeos, se destapaba antes mis ojos. No sabía que mirar. Las carátulas estaban sin descripción, pintadas todas con el mismo color. Por ello, era imposible determinar su contenido.

Lo más raro, es que a medida que caminaba por los pasillos escuchaba voces. Cientos de ellas.

Ya no sabía que pensar, cuando de pronto, unas palabras me despiertan de un letargo imaginario. Era la presencia de un señor de aproximadamente 70 años, alto, cabello canoso, elegantemente vestido, usaba camisa manga larga y corbata, sentado en un sofá gris, pregunta. -¿Qué película quieres llevar?. -Toma la que guste- dijo señalando los estantes abarrotados de cajas negras parecidas a un enjambre de abejas africanas.

Nervioso sonreí, no encontraba palabras para responderle al hombre.

-¡Disculpe!- le dije retrocediendo un poco. -Sólo vine a sacar unas copias - esquivé su mirada varias veces. El hombre leía la prensa, escoltado por un perro viejo de raza Golden retriever. Al fondo un armario lleno de fetos, miembros mutilados, todos disecados metidos en botellas de vidrios.

Desde ahí, el señor me miró, forzó también su sonrisa y dijo – Mi esposa, te tiene listas las copias-

Corrí a la caja registradora. Me aguardaba la señora con sus gatos como adornos. Me ofrece un cafecito. Lo acepté. Mientras sorbía la infusión, pensaba en la pareja que se encontraban en la extraña tienda.

-¿Quiénes eran?

-¿Cómo dos ancianos podían regir un lugar así?

-¿Qué historia estará detrás de esos personajes?

Tal vez nunca lo sepa. Agradecí el café. Tomé las copias y mientras las guardabas en el maletín, la dama con gafas me pasó discretamente un casete con formato de VHS en una bolsa negra.

No entendí el gesto. Le agradecí su intensión. Salí despavorido del lugar. En mi casa saque con cautela el video. Este si tenía título. La carátula mostraba una imagen de mi rostro atrapado entre millones de videos.

5 años después, la tienda sigue igual desde esa última vez que la visite, pero hoy, continúan a la caza de nuevos visitantes. Cientos de ellos exhibidos y postrados en estantes. Eternizados en cintas, cintas con nuestras voces y cada uno, con sus respectivas siglas.

Las mías son “KCT”. Kenny Coronel Trujillo.

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Gracias por leer. Hasta la próxima.

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