Este es el segundo de una serie de artículos sobre la importancia que tiene el contacto con la naturaleza para los niños.

Te pregunto en esta ocasión, ¿quién tendrá más ventajas frente a la impredecible vida?

¿Los niños, adolescentes y jóvenes que permanecen confinados en espacios urbanos, básicamente en su hogar, escuela y centros comerciales, o aquellos que tienen la oportunidad de entrar en contacto directo con la hermosa vida que crece bajo el cuidado de la Madre Naturaleza?

Pero en casa los niños están más seguros -dirás tú-.

Bueno, sí, eso es cierto, al menos relativamente. Si no prestamos atención a los posibles peligros, si no permanecemos vigilantes y, sobre todo, si no enseñamos a los niños la importancia de la prevención y el control de riesgos para nuestras propias vidas, no esperemos que desarrollen una actitud responsable ante las amenazas. Si consideramos la cantidad de elementos amenazantes que se pueden encontrar en nuestros hogares y que a menudo pasan desapercibidos, no estaríamos tan seguros de que las casas son lugares seguros: los agentes químicos como el cloro o el peligroso amoníaco, los cuchillos afilados, los enchufes eléctricos y los diversos electrodomésticos y utensilios del hogar, las mascotas, los muebles inestables, los objetos pesados o de vidrio, los objetos pesados o de vidrio, las escaleras y las ventanas..., son tan solo unos pocos ejemplos de elementos capaces de poner incluso en peligro mortal a los más pequeños. En resumen, los riesgos están en todas partes.

Las excursiones, por lo tanto, son una excelente oportunidad para enseñar a los niños a prevenir.

En primer lugar porque el hecho de exponerlos a condiciones que no les son habituales les ayuda a tomar conciencia de que la vida está llena de imponderables, de circunstancias que pueden escaparse de nuestro control. El hecho de que la diversión asociada a los paseos también implique un poco de temor, un cierto juego con el peligro, les enseña a comprender lo importante que es planificar, evaluar los pros y los contras de las decisiones y, sobre todo, hacer uso de la inteligencia para que los riesgos que vamos a correr puedan ser lo más controlados posible. Es por eso que el placer de caminar debería comenzar antes de dar el primer paso: justo cuando empezamos a planificar nuestro viaje. Es muy pedagógico que los niños participen activamente en esta fase.

En los viajes, como en la vida, debemos considerar las amenazas y nuestra vulnerabilidad.

Podemos definir el riesgo como la probabilidad de que ocurra un evento desastroso. Esta probabilidad es el producto de la interacción entre dos componentes: amenaza y vulnerabilidad. Ni la amenaza ni la vulnerabilidad consideradas por separado representan un riesgo, pero cuando se presentan juntas, forman el riesgo. Si sabemos cuál es el riesgo real de que ocurra "algo", entonces podemos tener una idea muy aproximada de cuánto daño podríamos sufrir si ocurriera ese "algo". La buena noticia es que esta relación entre amenaza y vulnerabilidad -es decir, el riesgo- puede gestionarse para evitar un eventual desastre. Para conseguirlo, es necesario evitar, en la medida de lo posible, que aumenten los riesgos y ejercer el mayor control posible sobre los ya existentes. Elaborar con los niños un mapa de riesgos y alternativas para minimizarlos no sólo puede ser divertido sino también muy educativo porque les enseñará a ser conscientes del futuro y a actuar sobre él.

Por supuesto, como adultos, somos responsables de que todo salga bien y con mucha seguridad.

Ya sea que vayamos a organizar viajes con nuestros hijos o con los niños de otras familias, por ejemplo, nuestros estudiantes, es muy importante entender que nuestra responsabilidad es muy alta, incluso legalmente hablando. Es por eso que todo debe ser preparado cuidadosamente con mucha anticipación y detalle. La primera regla, creo, es que NO debemos organizar excursiones con niños por rutas que no conocemos lo suficiente. No querrás perderte con un montón de niños sin experiencia. Otra regla básica es que un adulto NO puede ir solo con un grupo de niños, porque si hay una emergencia y es necesario moverse rápidamente en busca de atención médica, los niños se quedarían solos en el campo abierto. Una tercera premisa es que NO se puede calcular el tiempo necesario para llegar a los puntos estratégicos de la ruta, como el lugar para acampar o para acceder a las fuentes de agua, a partir de los pasos de la gente grande. Los niños dan pasos pequeños y tienden a estar más distraídos por el camino y aún más cansados. Así que calcula la ruta al ritmo de los pequeños, no al de tus patas gigantes.

En futuros artículos tendremos la oportunidad de aprender más sobre cómo mejorar la seguridad de nuestros paseos con los niños. Lo importante es entender que la vida está llena de riesgos y que lo mejor que podemos hacer por nuestros hijos es enseñarles a enfrentarlos sin miedo, disfrutando del placer de estar vivos como parte de la Madre Naturaleza.

¡Así que a mover ese trasero y vámonos a caminar!

Organizar paseos con los niños los enseñará a amar a su Madre Naturaleza. English version available

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