El piromano (Cuentonimio)

El fuego es purificador y siente una extraña adicción al mismo.

Desde niño le cautivó ver las cosas consumirse en sus llamas, ver cómo iban desapareciendo y transformándose en cenizas y polvo.

Fue un amor a primera vista que comenzó cuando su padre incineró los desechos que recogió en el patio.

A medida que fue creciendo fue experimentando quemando cosas, de esa forma juguetes, hojas, cuadernos, libros y todo lo que estuviera al alcance cuando le provocaba ver las llamas, pasaron a desaparecer consumido por el calor de las llamas.

Incluso una vez casi lo es él mismo, al quedar encerrado en un círculo que hizo sin proveer que es mismo le impediría salir.

Fue rescatado por un tío, pero su cuerpo quedó marcado por quemaduras de primer grado y aunque sintió miedo, también existió algo de gozo en ser alcanzado por la candela.

Desde la adolescencia entendió que sus actos de quemar no serían bien vistos y cuando su espíritu le reclamaba contemplar la magnificencia del fuego, como el más astuto de los antisociales, tomaba los ingredientes necesarios para crear las condiciones para que este se produjera.

De esa forma incendió en más de una ocasión la vegetación de un lote de terrenos que se encontraba cerca de su residencia.

Luego fue escalando de tamaño esas incursiones y más de una vivienda o parte de ella pasó a ser la imagen que satisfizo su amor por ese elemento.

Como es lógico los daños colaterales fueron apareciendo y victimas animales o humanas fueron siendo parte del aquelarre de destrucción que provocaba.

Y aunque se sintió de cierta manera consternado por eso, le resignaba el hecho que habían sido purificados y sus almas estarían puras ante la presencia del Creador.

Su próximo paso será incendiar un edificio donde se encuentran varias salas de juego y prostitución.

Quienes asisten al mismo necesitan ser liberados de esa maldición que ha tomado sus espíritus y él es el ángel que ha sido enviado para esa tarea.

Se lo agradecerán en la eternidad.