Una atormentadora historia de amor | Relato

in #steempress6 years ago (edited)
15 años. - En un reino junto al mar. Año XXXX


El sonido metálico de las cadenas me despertaron. La boca me ardía de lo seco que se encontraban mis labios. Tenían arrugas y eran de un rosado pálido. Veo hacia arriba y todo lo que percibo es oscuridad. Lúgubre y taciturno. No sé si es de mañana o de día. No sé hace cuánto que tomé agua, o comí adecuadamente. El dolor recorre mi espina dorsal cuando intento arrastrarme hacia la derecha. Me duele brutalmente el pie derecho, no se ve muy bien, pero es evidente la zona morada afectada. Mi dueño, cuando no obedecí sus últimas ordenes, me golpeó con un objeto gris. Duele una barbaridad.


Mis ojos se cierran silenciosamente ante los pocos rayos de sol que logran atravesar la puerta pesada. Es mi dueño. Lleva unas cadenas. 'Es hora de intentar de nuevo', nos avisa. Sé qué significan esas palabras. Iremos de nuevo al mercado a ser ofertados al mejor postor. El dueño siempre nos grita que recemos para que los arcángeles nos vendan a un noble adinerado, que necesite un esclavo asqueroso como nosotros y tengamos una mejor vida. De resto, si no hacemos la mejor cara y seguimos a sus ordenes, sufriremos como ha pasado hasta ahora. Puedo sentir que lo hace por puro placer.


Vamos caminando por el mercado, cada paso es tormentoso. A duras pena consigo arrastrarlo. Mi fuerza se apoya en el pie izquierdo, y gracias al empuje de los otros esclavos a los que estoy encadenado, puedo avanzar. Las personas en el mercado nos ven pero no hacen nada. No es ilegal en el reino poseer un esclavo. De hecho, cada uno de ellos desearía tener uno que haga el trabajo sucio en su hogar, vaya de compra, sea bueno con alguna habilidad o simplemente les cocine. La venta de esclavos es buena en realidad. Lo primero que se venden son las mujeres, más especifico las niñas. Las crían desde muy pequeñas para seguir un patrón. Las que tienen mayor suerte solo se vuelven amas de casa.


Mientras nuestro dueño atrae un público y nos ofrece al mejor postor, muy a lo profundo, entre la multitud que se reúne en circulo, veo la figura más hermosa que en mis cortos años de vida he podido admirar. Es una joven de mi edad, con rasgos finos y delicados, con un vestido blanco muy caro, con el cabello tan rubio como el oro y la piel pálida como el invierno. Sus labios pocos carnosos formaban una linea ondulada, una pequeña sonrisa que curaba, sanaba y transmitía paz inmensa. Cada paso que daba era como si la luz de los ángeles la iluminarán. Lucía como si la hubiera visto en cada uno de mis sueños más alentadores. Significaba pureza, realidad y tranquilidad. Mi corazón latía muy fuerte. No por el dolor y la agonía, sino por ella.


Por un breve segundo cruzamos miradas. Fue la primera vez que no me sentí sucio, ella miraba de una manera honesta, sin prejuicios, me miró como a una persona y no una herramienta que puedes usar y vender. La sostuvimos por al rededor de un minuto, hasta que se largó con la criada con que andaba. Un minuto fue suficiente para enamorarme. Nunca en mi vida podría olvidar aquella dama, sacada de mis sueños y plasmada en la realidad.



19 años, en un reino junto al mar . Años XXXX.


—Sí, amo— contesté a las ordenes de la esposa de mi dueño. Hace cinco años que fui vendido a una casa de clase media. El hombre necesitaba una dama que acompañara a su esposa a todos los lugares y cumpliera con cada uno de sus caprichos. Con el poco dinero que tenían, no podían darse el lujo de una virgen, pero logró comprarme a mí, un joven pasado de la adolescencia por un buen precio. Ya me encontraba desnutrido, a pocas podía realizar trabajos y no era muy bueno para el campo. Así que más para realizar un negocio, mi anterior dueño se deshizo de mí.


La esposa del dueño era una amante del mercado. Compraba toda clase de alimentos, artefactos, singularidades, todo lo que su presupuesto daba, ella lo traía a casa. Yo era su acompañante, se supone que mi deber es protegerla y cargar las bolsas. En casa limpio, arreglo los desperfecto y hago toda clase de trabajo duro. No son los mejores dueños, pero al menos no como el anterior. Me encuentro satisfecho.


—Quédate aquí, entraré a tomarme un té junto a mis amigas. No te muevas, no mires raro a nadie y no busques problemas.— Me indicó la esposa de la dueña.


Obedeciendo, me quedé quieto pero no pude evitar mirar a las personas. Se supone que un esclavo no debía tener sueños, solo complacer las ordenes de aquellos que pagaron una razonable cuota por sus servicios, pero no podía evitar envidiar la libertad de las personas que se encontraban atravesando el mercado. Dentro de mí algo se rompía. Me quebraba el alma y me provocaba llorar, pero era más fuerte, los años me hicieron frío y poco sensible.


Más de treinta minutos pasó hasta que a mi lado una sombra se posó. Me volteé para enfrentarla y mis ojos no podían creer lo que vieron.


—Te recuerdo- anunció —, te recuerdo claramente.


La voz y gestos delicados pertenecían a la dama que había visto años atrás en la subasta. Quisiera decir que la había olvidado, pero sería una mentira. La he soñado cada día. La he admirado cada noche. La he anhelado cada tarde y la he amado silenciosamente. Hice un intento por responder, pero recordé mi lugar. Soy un esclavo, sin derechos, ella tiene una vista de noble, y no cualquiera, una muy poderosa y rica.


Asentí ante su curiosidad. Noté que no había nadie al rededor custodiándola. O quizá sí y solo se encontraban esperando algún movimiento en falso. Me quedé inmóvil, viéndola. Ella sonrío alegremente y algo en mí estalló.


—Me alegro que luzcas mejor que hace unos años. Eres muy guapo en realidad, me gusta el tono castaño de tu cabello. Me recuerda al otoño. Parece la última hoja de la temporada. Marrón oscuro.— Cada palabra que soltaba era más hermosa que la anterior, no podía dejar de impresionarme. ¿Cómo una noble, con todos los privilegios del mundo tenía la humildad de hablarle un simple esclavo como yo? Seguro era uno de sus muchas otras virtudes.


Asentí de nuevo.


—Oh, lo siento.— Sonaba genuinamente arrepentida— Seguro tu dueño te regañará por mi osadía. Lo siento mucho, lo siento.— Bajó la cabeza en señal de disculpa.


Miré rápidamente hacia atrás y vi a la esposa del amo distraída. Volví a verla a ella y dije —No hay ningún problema.—


Ella se mostró feliz ante mi respuesta. —También tienes una hermosa voz.— contestó.


Hizo una señal de despedida y se perdió ante la multitud. Justo en este momento podría morir de felicidad.



19 años. En un reino junto al mar. Año XXXX (Tres meses después).


La veía más seguido de lo que pretendía, en realidad. Al parecer como la esposa del amo, era fanática del mercado. Lunes, miercoles y jueves eran sus días favoritos. Habíamos establecido un lazo. Era inquieta, observaba a mi dueña distraerse y así aprovechar para acercarse a mí. Hablábamos como niños, disfrutábamos de la compañía del otro como jovenes, y nos cuidábamos de las miradas como adultos. Cada día que la veía era más hermosa que el anterior. Mi enamoramiento por ella era genuino. Sincero, fuerte y con mucha admiración. La respetaba como nadie e intentaba tratarla como la dama que era.


Se sentía con mi presencia. Me lo hacía saber en ocasiones. No sabía mucho sobre ella porque no le apetecía hablar sobre su estatus. Decía que una persona como yo, real, que sabe lo torcido que está el mundo, y que he vivido en carne propia la arrogancia del ser humano al creerse Dios para jugar con la vida de los demás, es mucho mejor compañía que cualquier caballero del reino.


Un día me miró observarla con ojos ardientes. Me tomó de la mano y me arrastró hacia un callejón cerca de la cafetería preferida de la esposa del amo. Hice un intento por detenerme, pero la parte ambiciosa de ella pudo más que yo. Me besó, y no dudé en responderle. Era inexperto, evidentemente nunca había besado ni había sido besado. Ella sí era un poco más atrevida. Pero no estábamos buscando juntar nuestros labios, sino tocar nuestras almas. Ella envolvía mi corazón con cada jadeo y yo rozaba su alma con cada aliento. Cada sonido en el ambiente se detuvo, sólo eramos ella y yo compartiendo el momento más intimo posible para dos jovenes-adultos. Sentí cómo el corazón se me quería desprender del pecho y salirse. Lo disfruté, me enamoré y lo recordé en mi memoria.


Ni siquiera el castigo en la noche por haberme perdido pudo apaciguar lo que sentía. Fue una obra de arte hecha por dos artistas que no encajan en la misma ecuación pero que llegan al mismo resultado.



***


Nuestro juego siguió mucho después. De alguna forma me atrevía a escaparme de noche, encontrarla frente al mar y consumar nuestro amor. No le tenía miedo a que nos descubrieran, tenía miedo a dejar de tener estos momentos. Ella y yo hacíamos del amor un nuevo significado. Salvaje como el aumento de la marea, tranquilo como la retirada de las olas e inspirador como el retflejo de la luna en el mar. El uno para el otro.


Cada noche era una aventura. Me había hecho adicto a su cuerpo. Me sentía libre por primera vez. Mientras la tenía en mi pecho, mirando las estrellas le pregunté por fin.


—¿Cuál es tu nombre?—dije con timidez. Lo nuestro se basada en la extrañes de la relación.


Dudó por un momento, como si decirlo le causaba dolor. —Annabel— respondió finalmente.


Annabel. Repetí una y otra vez. Su nombre a través de mis cuerdas vocales sonaba tan bien. Dios, cuánto la amo. Tuve un chispazo de osadía por preguntarle su apellido, pero si no lo mencionó era por una fuerte razón. A menudo era transparente conmigo, pero muy en el fondo sabía que tenía su propia oscuridad.


—¿Y el tuyo?— Inquirió.


Fui firme con mi respuesta. —Mis dueños— mencioné esto con todo el dolor del mundo, —me llaman P, pero en realidad no tengo un nombre como tal. No hubo ningún padre que me lo diera. Desde niño he estado encadenado.—


Pude notar el dolor atravesar su rostro, se le tensó la mandíbula y la frente se le arrugó. Botó una lagrima y presionó sus labios contra los míos en modo tranquilizador. Solo eso me bastaba. El tacto de ella.


—De ahora en adelante, por una persona que te ama igual o más que una madre, quedas bautizado como Poe. Te amo, Poe, siempre lo haré.— Más que decirlo, lo recitó. El mejor poema que había escuchado y ni siquiera tuvo la intención de parecerlo.


La separé de mi pecho, la besé, le hice el amor y le devolví el 'Te amo' al menos unas cien veces.


Los encuentros siguieron por unos largos meses. Eramos nosotros junto al mar, teniendo a la luna y las estrellas como testigos del amor que nos profesábamos diariamente. Nunca le pregunté por su estatus, sabía que una mujer tan bella y rica como debería casarse en cualquier momento. Con un noble, o un caballero quizá, pero ninguna otra persona la amaría tanto como yo. La admiraría y la respetaría como yo lo hacía. No me importaba absolutamente nada mientras ella estuviera a mi lado y yo al suyo.


Quizá fue mi irrespeto hacia los ángeles, o quizá ellos me envidiaron tanto que decidieron castigarme. Supe en el momento en que no apareció aquella noche en que estaba siendo castigado por desafiar el ciclo de la vida. Yo era un esclavo, destinado a escuchar el sonido metálico de por vida, encadenado a todo aquél que quisiera. Y ella, podría tener lo que quisiera. Se encontraba en el peñaldo más alto de la sociedad. No debíamos estar juntos. Nunca debió ocurrir.



24 años, en un reino junto al mar. Año XXX.


No recuerdo muy bien cuando dejé de asistir cada noche al mar. Sé que un día me rendí, acepté mi lugar en el mundo y dejé de esperarla. Se había ido, quizá para siempre. Más nunca la vi en el mercado, ni en cualquier otro lugar donde frecuentaba con mis dueños. Mi primera idea es que se había casado finalmente. Pero me quedé con la certeza de que un amor tan fuerte como el nuestro jamás moriría tan facil.


Aquella noche, oscura y sin estrellas, asistí al lugar de siempre. Esperando encontrarla. En mis sueños era tan palpable, casi podía tocar su cabello dorado, rozar su piel y juntar nuestras manos mientras se enterraban en la arena. Pero siempre eran eso, un sueño.


Como supuse, no había nada. No sé qué fuerza invisible me atrajo a un lugar lleno de dolor, pero lo había hecho por una razón. Esa razón era la pequeña bolsa de tela que encontré en uno de nuestros lugares preferidos. Estaba posada ahí y llevaba días, o quizás meses. La bolsa estaba repleta de oro. Demasiado, más del que había visto en toda mi vida. Junto al oro había una pequeña nota.


Para mi amado Poe,


Lamento haber desaparecido. Siento mucho romper tu corazón de esta manera. Te pediría que no me odies, pero te conozco, sé que me amarías incluso si te clavara un puñal en el corazón. Esa es quizá tu mayor y peor virtud, amar muy fuerte y sincero. Antes que todo quiero que sepas que te amo, siempre lo hecho y lo haré. No hay nada en este mundo que extrañe más que tu piel, y no hay un sonido añore más que escuchar tu voz. No sé cuántas veces hice el intento de escapar y buscarte, pero sé que solo sería para peor y acabaría con tu vida. Estaría bien que acabara con la mía, pero no podría soportar que se lleve la tuya de por medio. Siento ser tan egoísta, Poe, pero no has vivido tu vida. No sabes de libertad, no sabes lo que no es tener unas cadenas invisible jalándote, no sabes lo que es vivir tu día a día. Lo siento mucho.


Es una lastima que mi vida deba acabar tan joven. Me hubiera gustado vivir un poco más, disfrutar un poco más y criar unos niños tan hermosos como tú. Se supone que debía sentir lastima aquél día en el mercado cuando el hombre te estaba ofreciendo al público como si fueras un objeto y no una persona, sentí tanta rabia en aquél entonces que no pude dormir por semanas. Pero lo único que vi en realidad fue tu mirada posándose en mí, viéndome como nadie lo había hecho. No por mi dinero, por mi título, por mi destino, o apellido. Me veía como la hermosa dama que tanto proclamaste que era. Me sentí tan viva en aquél momento. En realidad piensas que yo te salvé a ti de la soledad, pero en realidad tú me salvaste a mí en aquél momento, Poe, siempre te lo agradeceré.


Me duele escribir estas palabras. Nuestro amor no puede ser. Nunca me importó nuestras diferencias sociales, jamás importó quienes eramos tú y yo, solo importaba nuestro amor. Dios, Poe, cuánto te amaba y te amo en este momento. Pero debo renunciar a ti. Porque si seguimos viéndonos, si sigo amándote, irán por ti y te arrebatarán lo único que tienes además de mí, tu vida. Me odiaría eternamente si algo te sucediera. Así que de nuevo me disculpo por ser egoísta, por acabar mi vida de esta manera, tan joven. Un gran sufrimiento es necesario para conseguir una pizca de paz. Es lo que me repetiré antes de dejar este mundo para siempre.


Por favor toma este dinero y sé libre. Paga tu libertad, compra una casa y vive tu vida. Sé que en algún momento perdonarás y entenderás mi decisión.


Con todo el amor del mundo, tu amada Annabel Lee.


Lo único que pude hacer en ese momento fue llorar. Toda la noche. Mis lagrimas sobresalían como cataratas. Me sorprendió cuánto agua de mi cuerpo salió en ese momento. La noche se tragó mi agonía así como a mí. Había perdido una parte de mi ser el mismo día que recuperé todo lo que había perdido desde niño.



40 años, en un reino junto al mar. Año XXXX.


Tomé un ramo de flores del mercado. Las pude oler lo suficiente para convencerme de comprarla. Las sostuve, y navegué por las estrechas calles del mercado. Escuché unos gritos y volteé para ver qué era. La guardia del reino había atrapado a un hombre. Me quedé un momento para para entender, y unas mujeres que conversaban entre sí me hicieron saber que se estaban llevando aun hombre preso por mantener y tratar de vender esclavos. Desde hace cinco años la esclavitud era ilegal, aunque aún quedaban unos valientes que jugaban a ser Dios y jugar con la vida humana.


Caminé hacia el acantilado junto al mar, en único lugar que albergaba la razón más importante para venir cada día. La tumba de la princesa del reino Annabel Van Lee. Puse el ramo de flores donde siempre lo hacía. Me senté a hablar con ella y la despedí con un Te amo, volveré mañana.


Pocos días luego de leer la carta hace muchos años me enteré de el linaje de su sangre. La noticia corrió por todo el reino, la princesa Annabel había muerto, acabó con su vida en el baño del palacio. Lloré por meses, aún lo hago de hecho, pero más puede mi amor por ella. Entendí que me estaba protegiendo de los demonios del reino. Una noticia como que una princesa se estuviera revolcando con un esclavo debilitaría a la realeza, supondría un escándalo y matarían al hombre que osó a tocarla. Siempre supe que me quería proteger, la odio por dejarme, pero la amo más por protegerme.


"Pobre de aquellos que creen que con la muerte se acaba el amor, pero solo es el comienzo de una espera más corta en busca de la eternidad".


Sé que en algún momento me encontraré con Annabel, ella correrá a mis brazos, la envolveré como mi alma y nos haremos el uno al otro por la eternidad. Pensé muchas veces en quitarme la vida, usar el camino facil para llegar a ella, pero supe que así nunca la encontraría. Ella quería que viviera mi vida y así lo haré. Viviré fuerte, puro, y sincero, como lo hacía ella, y cuando mi cuerpo no pueda más, entonces seré feliz porque por fin podré encontrarme con mi amada.


Fin.




Fuente


Si has llegado hasta aquí, te doy muchas gracias por haber leído mi relato. Es un escrito ambicioso que tenía planeado desde hace un tiempo. Me gusta llamarlo un manuscrito de amor inspirado en el gran poema de Edgar Allan Poe, 'Annabel Lee'. Algunos hilos inspiratorios, y los nombres, pertenecen al escrito de Poe, y no hice más que ajustarlo a mi visión de lo que quería escribir.


De nuevo les doy las gracias por leer, y espero que les haya gustado!




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