La estatua eterna

in #talentclub5 years ago

Fuente: propia

Llegaba tarde al trabajo, así que me levanté lo más rápido que pude y salí a la calle. Al cruzar para coger el tranvía, me quedé paralizado, como si me hubieran metido una barra de acero por la coronilla que me mantenía pegado al asfalto. No podía dar un solo paso. Mi cerebro enviaba órdenes a mis músculos, pero estos no hacían ni puto caso. Ahí estaba yo, clavado en la carretera sin poder moverme.

Una señora se me acercó y me preguntó que qué me pasaba, que era peligroso permanecer en el centro de la carretera. No puedo moverme, quise contestarle, pero no pude articular palabra alguna.

Al poco llegó un agente de la policía municipal que me ordenó que no podía permanecer en la carretera. Yo lo miré y le hice un gesto de imposibilidad. Él me agarró por el brazo derecho e intentó moverme, pero no pudo. Cogió carrerilla y me placó como si yo fuera un quarterback que estaba dispuesto a realizar un touchdown. Sin embargo, se golpeó contra mí y rebotó como si hubiera chocado con un bloque de hormigón armado. Desde el suelo me miró sobrecogido, sin entender muy bien qué estaba pasando en aquella situación. Se levantó despacio, fue al coche patrulla y regresó con cinco conos. Contó cinco pasos, como si fuera un árbitro de fútbol, en dirección contraria al sentido de la circulación y puso el primer cono. Luego regresó a mi posición e hizo lo mismo hasta colocar los cinco conos delante de mí, formando una barrera para que los coches no me arrollaran.

Sin embargo, cuando estaba llamando por teléfono a la central, un coche que venía con exceso de velocidad no frenó a tiempo, se llevó por delante todos los conos. Yo lo vi venir y pensé que no lo contaba. El coche se empotró contra mí. Sentí un leve cosquilleo, mientras vi como su conductor salía disparado y caía veinticinco metros más allá y el coche se quedaba siniestro total.

El policía no sabía dónde meterse, sin comprender qué estaba pasando, se acercó a mí y me preguntó que si me encontraba bien. Moví la cabeza en sentido afirmativo, subí los hombros, apreté los labios, para comunicarle que para mí también era incomprensible lo que estaba ocurriendo.

A los diez minutos habían cortado el carril en el que yo me encontraba petrificado. Retiraron la chatarra en la que se convirtió el coche, llegaron los servicios sanitarios para atender al conductor que había chocado contra mí y que se llevaron al hospital en una de las ambulancias. Los sanitarios me hicieron toda clase de pruebas para comprobar cómo estaba y el resultado fue que me estaba en perfecto estado.

Después llegaron los técnicos del ayuntamiento que, junto con los bomberos, intentaron con todos sus medios técnicos moverme, pero fue imposible. Así que, cuando comenzó a caer la tarde, me dijeron que iban a romper el asfalto para poder sacarme de allí. Me metieron en un traje impermeable por la cabeza, me pusieron un casco y unas gafas y comenzaron los trabajos.

Transcurrida una hora y media lograron romper el asfalto para poder sacarme de la carretera, pero no pudieron. Cinco bomberos quisieron moverme, pero les fue imposible, incluso lo intentaron con una grúa, pero la intentona fue infructuosa. Así que desistieron.

Allí pasé esa primera noche y por la mañana lo volvieron a intentar, esta vez, excavando un agujero de más de ocho metros, pero tampoco pudieron moverme del lugar. Los sanitarios me preguntaron que sí tenía hambre o algún tipo de necesidad fisiológica. Yo les dije que no, que me encontraba muy bien.

Después de un mes de trabajos y estudios inútiles, el alcalde vino a hablar conmigo y me dijo que no había manera de sacarme de ahí, que había decidido construir una plaza en el lugar y que yo estaría en el centro, que la institución se encargaría de mantenerme en perfectas condiciones.

Con el tiempo me volví una atracción turística de primer orden, que todo el mundo quería visitar y muchos intentaban moverme, incluso hubo apuestas cuantiosas, pero nadie logró moverme ni un milímetro. También hubo vándalos que lo intentaron de todas las maneras posibles, pero todos y cada uno fracasaron sin remedio.

Pasaron muchos años, un siglo tal vez, vi pasar una guerra nuclear que casi acaba con la vida en la tierra y arrasó con la mayor parte de la humanidad, que le faltó poco para desaparecer de la faz de la tierra.
Un día, casi al amanecer, se me acercó un ser extraño de forma humanoide, me sonrió y me dijo sin articular palabra:
—Ha llegado tu momento.

Yo no entendí por qué me decía eso. Me tocó y me explicó las razones por las que me habían convertido en una estatua viviente. Entonces lo comprendí.

Al poco sentí como la sangre volvía a circular por mi cuerpo y que podía moverme. Di un paso y me caí, pero me levanté como un cervatillo inexperto que acababa de nacer. Miré al humanoide y volvió a sonreírme. Luego me dijo:
—Ahora tienes la misión de transformar el mundo que conoces y tienes toda la eternidad.

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Un cuento muy interesante y a la vez intrigante. Lo que me llamó la atención fue el final: el alienígena (quiero pensar que es uno, aunque igual apuesto a que es un ángel) diciéndole que tenía toda la eternidad para cambiar el mundo que conoce. ¿Acaso se congeló el tiempo en realidad y nada de lo que le pasó fue real sino una visión de un futuro sombrío? ¡Un abrazo, @moises-moran!

No, el mundo es apocalíptico y el tiene la oportunidad de empezar de cero. No era un sueño. Gracias por leerme.

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