Por @latino.romano

Cabeceaba agarrado de la lanza como un fiero guerrero que se enfrentaba en combate contra el sueño, los ojos se le cerraban solos por el cansancio, pesadas cargas propias de un hombre de familia le obligaban a dar pelea. La necesidad de alimentarse lo mantenía a la espera, de pie sobre la roca, procurando clavar al escurridizo pez.

Los chapoteos repentinos lo alertaban y lo despertaban de su letargo, para cuando lograba ver la silueta de su presa, era demasiado tarde. Había fallado varios intentos y las punzadas del hambre le reclamaban por su fracaso, el viento soplando entre las ramas de los árboles parecía burlarse de él. El frío de la corriente de agua que mojaba sus pies se le colaba por los huesos, estaba allí desde hacía horas.

Un destello de luz le llamó la atención algunos metros delante de él. Una chispa dorada y naranja que nunca antes había visto en aquel rio. Con interés se acercó para descubrir de qué se trataba. Las burbujas y la espuma que adornaban las rocas se pintaban de colores por aquel raro fenómeno.

Un pez enorme, de aletas grandes y cuerpo liso, carnoso y robusto, emanaba aquellos colores, no debido a luz del Sol, sino como forma de comunicación. Cuando lo vio, la brisa se detuvo por completo, y en el rio un silencio profundo, difícil de ignorar, se apoderó del lugar de manera pavorosa.

La corriente del rio se hizo más lenta, y las hojas de los árboles cercanos parecían inmóviles en el aire. Su corazón comenzó a latir más rápido, consciente de que presenciaba algo fuera de lo común.

Un par de destellos más del aquel extraño pez y desapareció entre las rocas rápidamente. El hombre saltó en seguida para buscarlo, removiendo rocas y picando el agua con su lanza...

Mas tarde podrás leer la continuación de este relato en el blog de @latino.romano Por ahora quiero recomendarte la lectura de un escrito que nos invita a reflexionar en el sentido de aquella frase de dice “nadie sabe lo que tiene hasta que lo pierde”. Disfruten leyendo a: