EL CAMINO ES LA RECOMPENSA

in #uruguay6 years ago

“No pido piedad: sólo aspiro a que haya gente que crea en esto”. Era 2006 y a Óscar Washington Tabárez le acababan de encomendar una tarea bastante complicada: reconciliar a Uruguay con el fútbol. El país había sido dos veces campeón del mundo (y otras 2 campeón olímpico), y ahora se encontraba en una longeva crisis que empeoró con la derrota ante Australia en el repechaje para Alemania 2006.

Las glorias del pasado quedaban atrás. El desarrollo de juveniles estaba estancado, las instalaciones deportivas de la selección en pésimo estado, a los directivos no les importaban los fracasos. Para colmo, a los jugadores no les interesaba ir a jugar con la selección. La afición estaba ya cansada, acostumbrada a las desilusiones.

Las palabras de Tabárez sonaban a súplica pero obedecían al panorama que encontró a su llegada; la Celeste había estado ausente en los mundiales de 1994, 1998 y 2006. En 2002 clasificó en repechaje y no pasó de la primera ronda, después de un desfile de 13 técnicos.

Tabárez se tituló como maestro a principios de los 70. En ese tiempo dio clases en primarias de Montevideo, al tiempo que labraba una discreta carrera como jugador, que terminó con prontitud por una lesión de rodilla. El mote de “El Maestro” lo acompañó a partir de esa época. Dejó las canchas y dirigió su interés hacia el banquillo, sin descuidar su labor de docente.

La pasión por ambas labores era tal que en ocasiones el Maestro Tabárez aprovechaba los entrenamientos para revisar tareas de sus alumnos. Su interés por la educación creció, pero tuvo que poner en pausa sus labores educativas cuando Peñarol lo contrató como su técnico en 1987. Tres años después dirigió a Uruguay en Italia 1990.

El Maestro sabía que solucionar la crisis que encontró en 2006 tomaría tiempo y esfuerzo. Era consciente de la pasión uruguaya por el fútbol, así como de la necesidad de resultados, pero entendía también que un país de tres millones de habitantes tendría ciertas limitantes para construir un proyecto deportivo estable.

Para atacar las problemáticas Tabárez desarrolló un plan: profesionalizar el fútbol uruguayo en todas sus divisiones, además de crear instalaciones adecuadas para el conjunto nacional. Además de eso, y fiel a su formación de docente, el Maestro buscó que los seleccionados de todas las categorías actuaran conforme a ciertos valores en su día a día; el respeto, la humildad y la modestia eran pilares para el éxito de su proyecto. El objetivo: volver a poner a Uruguay en el mapa.

''El camino es la recompensa'', se le escuchó decir al Maestro alguna vez. Como se esperaba, tardó unos años, pero el Proceso Tabárez dio frutos. El Complejo Celeste era la nueva sede de concentración de la Selección, en la que el Maestro se involucró hasta en el enjardinado. Los jugadores que llegaban ahí eran educados; daban los buenos días, agradecían a la prensa, levantaban su plato de la mesa y mantenían una convivencia admirable. El aprendizaje futbolístico era también muy destacado.

Uruguay volvió a la Copa del Mundo en 2010, con una generación prometedora. Los charrúas sorprendieron al colarse hasta las semifinales: el cuarto lugar obtenido era su mejor resultado desde 1970. Al siguiente año ganaron su primera Copa América desde 1995. Hoy en día, gran parte de los seleccionados uruguayos destacan en la élite de clubes europeos desde hace una década.

Se colaron a octavos en Brasil 2014 y a cuartos en Rusia 2018. Tres mundiales, más de 180 partidos y 12 años al mando le han valido a Tabárez el récord de más duelos dirigiendo a una selección. El orden y la estabilidad fueron la clave para poner al futbol uruguayo en el lugar que merece.

A pesar de todo eso, el Maestro mantiene su perfil mesurado y pragmático. Lo único que ha cambiado es el bastón que lo acompaña en el banquillo, tras ser diagnosticado hace un par de años con neuropatía crónica, un trastorno que le genera algunos problemas motrices, pero que no lo alejó de las canchas.

“El fútbol no es lo más importante, pero es un vehículo para llegar a las cosas más importantes”. Tabárez sabe que los títulos y reconocimientos son pasajeros; logró que millones de uruguayos creyeran de nuevo en su fútbol, inculcó valores en cientos de jóvenes que pasan por las selecciones charrúas y llevó a la Celeste a competir como en los viejos tiempos.

Los años ya pesan y el Maestro probablemente no siga al frente de Uruguay, pero deja una lección que difícilmente van a olvidar. Que la recompensa no está en el final, sino en el día a día, es decir, en el camino.

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