Zerpa, recorría desde horas meridianas el centro de la Cumaná colonial, con su traje de bachiller, zapatos, paltó y pantalones negros combinados con camisa blanca. Debido a su grado de cordura e instrucción jamás se permitió ser un mendicante. Siempre apretaba debajo del brazo una carpeta desbordada de dibujos, fotocopias de originales, para venderlas a dos mil bolívares. Yo le compre una, era una perspectiva aérea de una parte de la ciudad, como los niños apenas traza los techos, paredes, ventanas y puertas de las casas, es un dibujo rápido de líneas abiertas, en lápiz grafito.
Sin ánimo de querer descalificar a evangélicos y yerbateros, Zerpa en su ágora de la Plaza Bolívar de Cumaná, agrupaba un número mucho mayor de curiosos. Conociendo el lenguaje grueso usado por él, yo como mujer me alejaba al ver una rueda de hombres compartiendo su fantástica sapiencia sexual. Luego al final de la mañana, la hora se la avisaba una perezosa habituada a soltar su excremento desde lo alto del guayacán sobre el banco cercano. Se levantaba, dirigía sus pasos sin mucha prisa, a la Casa del Poeta Andrés Eloy Blanco, puerta franca para él. Descubría las teclas del piano alemán, de teclas de marfil y ébano, las acariciaba con serenidad, produciendo melodías de los clásicos de siempre. Yo quedé fascinada al escuchar aquel piano, hasta el momento mudo, hablar el lenguaje de los clásicos, tal vez interpretó a Beethoven.
Aníbal Tobón, un agradable y talentoso colombiano, había logrado una buena comunicación con Zerpa. Aníbal fue también un personaje, su particular figura me facilitaba colocarlo dentro mis ilustraciones. A este par, los dibujé como en algún instante los vi recorrer las calles.