Memedor Magazine presenta, cuento corto: El amor del Rey Marihuano y la Princesa Beethoven

in #venezuela6 years ago (edited)

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Era niño cuando vi nacer a la mestiza Beethoven, en aquella entrada del mercado Las Flores -como se llamaba en ese entonces lo que hoy es solo un estacionamiento para una empinada barreada-. Su pelaje blanco se combinaba con dos manchas marrones, particulares en comparación a sus hermanos, y que al crecer cubrieron gran parte de su cuerpo. Fue la mascota de quienes nos divertíamos entre saltos, correderas y juegos tradicionales. Pero su hogar particular siempre fue la casa de mi madrina Yaneth.

Tuvo una actitud amigable ante los vecinos. Desde muy pequeña, en aquella cesta, ya disfrutaba de morder juguetonamente. De adulta, solo cuando las hormonas caninas se alborotaban, asustaba con sus dientes a un infante imprudente, o quizá un vecino mal humorado de los que nunca faltan por ahí. También, la podías ver acompañando a cualquiera de la banda en su camino a la primaria; o echada en aquella entrada vecina donde la vimos por primera vez.

Nunca hubo una reja ni mando que le impidiera ir o venir a cualquier lugar. La podías ver salir en las mañanas -no sin el respectivo café al cual estaba acostumbrada-, venir al medio día, salir a mitad de tarde, y aparecer por las noches en su casa para dormir.

Una historia muy distinta es la del Rey Marihuano, un Braco Weimaraner con Dogo que fue libre para desplazarse a cualquier lugar, con o sin su dueño (un intento de delincuente ebrio que aun anda por ahí…). Pero, a diferencia de Beethoven, tuvo este privilegio en la adultez.

El pelaje negro, atigrado con matices marrones oscuros y dorados opacos, sus ojos color miel transparente, era la mezcla perfecta para infundir terror o calmar con un ladrido el infantil bochinche. Por otra parte, la superioridad que siempre tuvo ante el resto de los perros callejeros, supongo, fue lo que derritió a la princesa mestiza, quien, a pesar de estar planeada la consumación, sin resistencia, entrego por primera vez el celo.

Su conducta era la de un perro entrenado, pero para combatir a las autoridades. Tanto así que fue el consentido de quienes si tocaron fondo en los caminos delictivos; por su inteligencia, coraje y oído avizor. Era un “malandrito”, como suelen decir aquí.

Tenia el respeto de todos, hasta de las abuelas. Y su reputación temeraria se afianzó más cuando en una pelea malintencionada contra dos pitbulls de casa, sorprendió cegando de un ojo a cada uno. No salió ileso claro, pero, siguió completo.

La relación era única. Él, estrenaba las cachorras del vecindario (incluso a una de hogar por su pedigrí), casi al punto de parecer cacique. Pero a Beethoven, no se le vio ni coqueteando con otro perro. E igual que de pequeña, los ahuyentaba con sus fuertes colmillos.

Era la reina del gigante; una misión suicida para cualquier plebeyo. Fueron muy populares entre los vecinos. Tanto así, que unas tres o cuatro camadas de llamativos cachorros -afortunadamente-, tuvieron amo mucho antes de su nacimiento ¡Eran realmente hermosos!

Con el tiempo, las cosas cambiaron. Los juegos y la maternidad dejaron de ser una distracción para la mestiza, y dio paso a una condición epiléptica que cambió drásticamente su forma de ser. Las convulsiones eran momentos trágicos, tristes y casi definitivos.

Marihuano, conservaba su rango en el gremio callejero, pero ahora permitía al resto disfrutar de las demás hembras sin tener que dar pelea. Una pata que no podía afincar completamente, producto de un disparo en medio de un tiroteo, y otras heridas que deben soportar los que se atreven a ser dueños de la calle, fueron mermando su altivez.

Para él, todo acabó aquella tarde. Se paseaba por la primera transversal de la cuadra y decidió atacar a un policía solitario que bajaba en su moto, haciéndolo caer, luego de unas cuantas vueltas, debajo de un auto estacionado a la cercanía. ‬‬

El impacto lo lastimó. Al ponerse de pie se veía agobiado, como si le faltara el aliento; igual que al desconocido oficial. Éste, antes que levantar su moto y marcharse, fijó su mirada en el animal, sacó su arma, apunto y sin dudar, impulsado por esa electricidad que genera la ira, disparo seis o siete veces a la bestia. La cantidad de balas por las que murió en pocas horas.

Beethoven, puedo decir, murió al año o año y medio. Tiempo que mayormente pasó en su casa, echada junto a la silla de mi madrina, acompañándola durante las tardes en aquella puerta de vecindad. Al principio creyeron que solo estaba echada, aquella mañana quizá dormía demás, pero no. La anterior, había sido su última noche.

A la memoria de Jimmy Méndez.

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